De Blanco en Bastón: Un Símbolo Universal

Un Símbolo, Un Signo, Un Reconocimiento.

Una historia de desarrollo y progreso, evolución y mejora.

Os presento hoy al espejo de muchos pocos, a la sombra de unos pasos a ciegas.

Aunque nadie sabe cuándo exactamente nació.

¿Fue en primavera u otoño? ¿Fue en Detroit o Illinois? ¿A principio de los 20 o a finales de los 30, cuando la década de los 40 ardía en impaciencia y deseos de hacerse notar? Nadie lo sabe a ciencia cierta. Mas todos reclaman su paternidad, aunque EEUU es la que más presume de ser su patria adoptiva.

Tiene su leyenda, claro, como todo buen hito histórico.

Se dice, se rumorea, se comenta, que George A. Bonham lo concibió, igual que el encantamiento que emerge ingenioso y explosivo de la chistera de un mago, que Donald Schuur le dio su voz de abogado y su olfato promotor, y que su fama, en forma de tránsito libre, se debe al Club de Leones de la Unión Americana, durante una convención en Toronto, cuando se dedicaron a buscarle padres y madres adoptivos entre cuatro pelagatos tan faltos de vista como llenos de energía y vitalidad.

Otras lenguas rumorean que no, que el mérito corre a cuenta de un argentino. Otros afirman en cambio que nanai, que fue James Biggs, inglés de nacimiento y ciego creativo que pintó su palo complementario de blanco, una bandera chillona ante el toreo de los coches que venía a decir «eh, estoy aquí, no me atropelles». Y no son pocos quienes orientan sus alabanzas por su existencia en Europa a la parisina Madame Guilly d’Herbemont, quien a golpe de carta a un periódico, recomendó que los estudiantes ciegos de su escuela vecina se valiesen de los batons blancs, entonces a disfrute sólo de los policías, como salvavidas en el mar del asfalto.

Por H o por B, lo cierto es que su bautizo fue simple, discreto, sencillo. «Bastón» fue su nombre, y «Blanco» su apellido, dejando a «Apoyo Vial a los Ciegos» como su documento de identidad y, desde 1964, al 15 de Octubre como su Fiesta de Cumpleaños, un homenaje de escala mundial, vestido de símbolo universal.

Desde entonces creció. Y su leyenda también.

Lleva colgado un collage de infancia y madurez, pérdida y adaptación, pasado y presente. Experimentó en carne, ejem, en palo propio rehabilitaciones físicas, recreaciones, orientaciones, y la Segunda Guerra Mundial, si bien no se llevó a nadie por delante. Al contrario, era a él a quien ponían al frente y en vanguardia, a él a quien usaban de apoyo auxiliar, soporte y escudo.

¿Se quejó? No, increíblemente. Se adaptó. Y ayudó a otros a adaptarse también, a esos al que el derecho a ver les había sido arrebatados a base de pistolas y otros explosivos, a esos que temían que la oscuridad en las retinas fuera un negro pronóstico sobre el final definitivo, la confirmación de que, para ellos, todo había terminado. Les habló de aptitudes de movilidad, de trucos de orientación, de tácticas para anticipar golpes u obstáculos.

Les habló de usos correctos, de técnica rítmica de dos puntos y técnica deslizante. Les habló de independencia, de la posibilidad de divorciarse del hombro o brazo del lazarillo de costumbre para desplazarse. Convenció al océano de la incapacidad de que él era la horma de su zapato, que su hora había llegado a su fin, aunque, la verdad, no pudo convencer ni retirar al río de la discapacidad, que aun a día de hoy sigue dando el canto con los prejuicios y miedos y reticencias.

Un distintivo, una conciencia social.

Útil y estratégico, hay que reconocer que ni aun en sus años mozos fue bonito. Agraciado, sería, de hecho, decir lo más justo. Ha cambiado y mejorado con los años, para alivio de su orgullo, como ese buen vino al que la vejez le sienta bien. Aunque sigue siendo toda una conciencia social. De rudimentaria madera al principio, pesado y corto y tosco y laborioso de llevar, su cuerpo mantuvo eso sí el perfil blanco, lechoso, casi alvino, y su único pie en todo momento, un rojo bastante característico.

Hoy luce estrecho, ligero y alargado, clásico y regio, aunque también tiene una textura suave y áspera, lisa y desgastada, el ocre toque de una antigua fotografía. Su vestido, el aluminio; su maquillaje, un reflector de luces antiaccidentes. Alto y desgarbado, sus 1,5 metros o 1,10 a veces, o 1,20 de altura gustan sostenerle la mirada al esternón. Blanco y virgen para los que nada ven, verde y campechano para quienes gozan aún de un resto de visión, y con anillos de rojo en medio del blanco para quienes además tienen problemas auditivos, su cuerpo resistente, no obstante, es una metáfora al aguante, y su patita roja, un guiño con forma de contera o rueda a la dureza de la realidad.

¿Sensores incorporados? ¿Alarmas de sonido a escasos metros de un obstáculo? ¿Reconocimientos faciales en su interior? ¿Detectora de todo tipo de movimientos? Leyendas, leyendas y más leyendas. Historias para mantener el vilo a la esperanza de una tecnología milagrosa, proyectos de investigación que aún no han encontrado su puerto de realización ni salida por la puerta grande de la credibilidad.

Un Bastón Blanco al frente, un paso ciego al lado.

Él no es un complemento de ropa ni un instrumento de juego; no es un alarde de distinción aristocrática y poder, ni un signo de estatus social y monetario. Tampoco un arma de defensa (oficialmente). Es el compañero hecho cayado, la fidelidad hecho artículo indispensable… enrolado en un papel solidario que le encanta.

Los palos no tienen importancia, cierto, y pocos bastones son recordados por décadas. Pero Bastón Blanco es cotidiano, de aparente banalidad, y en ello reside su chicha, cargada de trascendencia, como un presente compuesto de recuerdos. Por ello hoy en día aún brilla, y no por una ornamentada figura en alguno de sus extremos que hable de su caché, sino porque guía. Pone su punta rodante y empuñadura de goma entre su amigo y dueño y esos obstáculos que buscan arrojarlo al suelo: escaleras, farolas, salientes, curvas de andén, bolardos… incluso personas.

Bastón Blanco es guía y parachoques; trabajador y compañero. Heraldo del invidente que se aproxima, prolongación de la mano que lo desliza a izquierda y derecha. Una sombra puesta del revés, por mantenerse siempre por delante. Un consejo comprado a regañadientes, a veces, un aliado con el paso del uso, al final. La posibilidad, sólida, de que llegar a la meta, por cuenta propia, es posible.

Un pacto de errantes.

Caminar es dejar un rastro de huellas, sembrar pepitas de búsqueda y destino; es cosechar un racimo de planes cumplidos o decepcionados, un futuro cojo, resueltamente atado a la esperanza. Caminar es sellar con la tierra el trato de lo que se hizo, el pacto de lo que se hará.

Y caminar a ciegas es poder hacerlo con Bastón Blanco, tanto cuando va de largo y regio como cuando se camufla en el interior de un bolso o bolsillo, simple y flexible y plegable, accesible recordatorio de libertad y desempeño, facilidad de movilidad.

Él puede escalar peldaños y derrapar en piscinas, alertar sobre los peligros del camino. Está ahí, en pie, a sol y sombra, a viento y nieve, dispuesto a trasnochar hasta las tantas, a recorrer rumbas de discotecas u otras festividades, a zigzaguear entre una muchedumbre de centro comercial, ser democrático y conocer de igual a igual manos adultas y jóvenes, manos de mujeres y hombres. Él respeta las diferencias; y cómo  no, él es una diversidad. ¿Y por qué no? Después de todo, ser diferente no es malo. Sólo… diferente.

Y justo por ello no flaquea, ni se achica ante el ruidoso silencio con el que muchos lo reciben al pasar; Soporta con estoicidad las matutinas patadas en el transporte público, las risas desconcertadas y ebrias del agite nocturno, e incluso cuando alguien se choca, se cae sobre él, lo parte y rompe con el peso de su cuerpo, lo único que atina a lamentar mientras lo obligan a morir es «no es justo, no es justo… yo sólo quería ayudar».

Él puede arribar hasta ese paraíso de placer tantas veces buscado en el navegador, llegar a los rincones más secretos de la sociedad, espantar al hiriente infierno de los chichones, y ser los ojos abiertos y videntes durante el viaje. Puede emprender rutas varias, incansable, sin descanso, o quedarse silencioso, plegado, a la espera, presto a reforzar la zancada, la confianza y seguridad en uno mismo y la autonomía, la libertad.

Y es que él es desarrollo y progreso, evolución y mejora.

El espejo de muchos pocos, el toc, eco, toc, de unos pasos. El camino del camino, la puerta del cambio…, la transformación del «querer, deber, necesitar llegar» al «aquí, sí, por fin, por fin». Una herramienta tan de aluminio y correa y goma como resolutiva y emocional, representante de un «hasta el infinito, y más allá».

Por ello va paso a paso. Por calles, por montañas, por parques de atracciones, paseos marítimos… hasta pasajes naturales, y es que no hay hemisferio Norte o Sur que se le resista. Guarda en su solidez cientos de vivencias, una historia de aventuras escritas día a día.

Él es un periodista de la superficie sobre la que uno camina, reportero de esquinas, escombros, puertas entreabiertas, desniveles, bolsas y basuras, relieves a ras del suelo… un mecanismo de asistencia, en suma, un repelente de accidentes, no hay dudas, fuente insaciable de preguntas y curiosidades.

Sí, cierto. Va por la vida a ciegas… ¡qué remedio! pero no a tientas, desde luego. (¿Os suena?). Y hoy, un 15 de octubre más, reclama su momento anual, diciendo, a todos

¡Feliz día del Bastón Blanco!

 

8 Comments

  1. Muchas felicidades don bastón, y muchas gracias por tu gran trabajo que suele pasar en muchas ocasiones sin hacer mucho ruido, pero otras veces te dan el eco que te mereces. Mil gracias por este maravilloso post 🤗

    1. Un brindis por ese infatigable amigo que está a las malas y a los muchos choques, 365 días al año!
      Un saludo y gracias por comentar!

  2. Una vez más has demostrado ser una excelente escritora. Lo que acabo de leer no es un artículo, no es una digresión histórica sobre el Bastón Blanco: ¡es un poema de celebración! Un objeto simple, aunque un instrumento muy útil, se ha vuelto vivo gracias a tus palabras, le has infundido alma y emociones, las mismas que has transmitido a nosotros, haciéndonos amar a este pequeño pero gran «héroe» de la vida cotidiana para cada invidente. ¡Gracias por todo! (Y perdona mi español roto)

  3. Muchas gracias por todas estas líneas, lo primero por expresar también la figura inseparable del bastón, la cual la has trasladado a un punto muy humano. La verdad que me has conmovido muchísimo, y has hecho que vea el bastón con unos ojos totalmente diferentes a los que lo veía antes. Quizá muchos de sesos sentimientos estaban ahí, pero hasta que no he leido estas líneas no me dado cuenta. Es más, comparto la anécdota de la vez que andando por la calle como bien has expresado aquí, se tropezaron con mi bastón y me lo partieron. Aunque me compré otro, sinceramente fui incapaz durante más de un año de deshacerme del roto. Y quizá leyendo estas líneas Sin darme cuenta le quería dar un pequeño homenaje y decir que aparte de ayudar, siempre ayudar, También es un compañero inseparable, y por eso probablemente algo en mi interior me hizo no deshacerme de el, asi de buenas a primeras de el. Muchas gracias bastón, y muchas gracias a ti 😚

    1. Uy, no, las gracias a ti por tan lindas palabras. Entiendo la parte de no querer deshacerse del bastón, aun cuando esté roto. Yo, personalmente y actualmente, tengo uno que ya ha sufrido muchas idas y venidas y al que debería ya jubilar…. y aun sabiéndolo me cuesta decirle adiós. Lo que no cuesta, está claro, es tratarlos con más mimo y no desmerecer su valor, ahí coincidimos.
      ¡Gracias por comentar!

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